Holbox, descubriendo la mejor isla paradisíaca de México

In Guías de Viajes, México
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Holbox es uno de los rincones poco conocidos y mejor conservados del caribe mexicano. Tanto sus bancos de arena como sus atardeceres, provocarán que extiendas tu estadía.


Antes de llegar a México habíamos escuchado que no había nada más deslumbrante que sus playas caribeñas, centradas sobre la Riviera Maya. Pensamos que Cancún sería el último extremo en donde disfrutaríamos del mar, pero, más al norte, un paraíso esperaba por nosotros.

Caminar sobre el agua en Holbox.
Caminando sobre el agua.

¿Cómo llegar a Holbox?

Para visitar Holbox, primero nos dirigimos hacia Chiquilá. Una pequeña localidad donde vimos algunos restaurantes, hospedajes y parqueaderos para los turistas que llegaban en sus vehículos particulares, allí los dejaban durante los días que duraba su estadía, ya que no podían cruzarlo hasta la isla.

La forma más sencilla de movernos hasta allá fue tomando un bus desde Cancún (de la compañía ADO), por $244 pesos –USD $12.82– cada uno. Partimos a las 10:30 Am, al parecer era el único horario disponible, y en pocas horas, precisamente a la 01:10 Pm, caminábamos rumbo al puerto de Chiquilá.

Nos embarcamos en el Ferry Holbox Express, costaba $150 pesos –USD $7.88– por persona y partía cada hora, desde las 07:30 Am hasta las 09:30 Pm. Existía otro llamado Transporte Marítimo 9 Hermanos, cuyo precio era 10 pesos menos, también salían cada hora desde las 06:00 Am hasta las 08:00 Pm, a simple vista los ferris lucían similares, nos subimos en el que estaba por partir primero (debemos confesar que el transbordador que elegimos se veía en mejor estado).

Al caminar por el puerto aparecieron varios lancheros a ofrecer el viaje hasta Holbox en un tiempo más corto (por lo general, el ferri tarda entre 35 a 45 minutos) y con un precio más bajo ($120 pesos –USD $6.30– por pasajero). Aunque había un leve ahorro, el problema radicaba en si la marea se tornaba agitada, volvería el trayecto en una interminable pesadilla, por tal razón nos inclinamos por el ferri; fuimos sentados en el interior con aire acondicionado, también existía la posibilidad de viajar en la cubierta.

Al momento de descender en la isla, los primeros en recibirnos fueron los taxis (en realidad se trataban de carritos de golf) que esperaban movilizar a los turistas hasta sus respectivos hoteles, el precio no era elevado, pero al tratarse de un destino un poco caro, queríamos ahorrar en todo lo posible, así que la mejor alternativa fue caminar hasta nuestro hospedaje.

En la isla no se ven vehículos, los que circulan son escasos. Las calles no son asfaltadas, sino recubiertas con arena. Tampoco hay drenaje, por lo que las lluvias se convierten en un grave problema en el pueblo, aunque es preferible que las vías permanezcan con la menor cantidad de automóviles posibles para continuar protegiendo esta área natural que forma parte de la Reserva de la Biosfera Yum Balam.

Calles de arena en Holbox.
Callecitas de Holbox.
Restaurantes en Holbox.
Decoración de locales comerciales.

¿Dónde hospedarse en Holbox?

Los rayos del sol nos acompañaron durante varios minutos hasta que llegamos al que sería nuestro hotel por las próximas dos noches: el Hotel Casa Iguana, ubicado frente al mar, con camastros sobre la arena para acostarnos a pocos metros de la orilla. Dejamos las mochilas en nuestra habitación (cómoda con hamaca y balcón) y corrimos a meternos en el mar; debíamos aprovechar las horas que nos restaban de la tarde.

La marea en Holbox era muy tranquila, incluso era posible adentrarse varios metros sin que el nivel del agua sobrepasará la altura de las rodillas. Las algas aquí no representaban un problema, habían pocas y yacían tendidas sobre la arena, podíamos nadar sin sentirlas, lo único que sentíamos era la temperatura perfecta del mar.

Sol cayendo en Holbox.
Atardecer en la isla.
Colores al atardecer.
Espectáculo de colores en el cielo.
Hotel Casa Iguana en Holbox.
Patio del Hotel Casa Iguana.

A la hora del atardecer, de pie frente a nuestro hotel, contemplando el cielo, presenciamos un espectáculo natural de colores. En el momento preciso en que el sol se ocultaba detrás del horizonte, escuchamos un sonido similar al de una trompeta, se trataba de una persona que soplaba a través de un caracol en un bar de la zona. Esto lo hacen con cada puesta de sol, ya que –según nos dijeron– antiguamente los Mayas efectuaban el mismo sonido y de la misma forma para comunicarse a la distancia.

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¿Qué hacer en Holbox?

A la mañana siguiente, después de desayunar en el hotel, emprendimos la marcha por la playa hasta toparnos con el último hotel ubicado junto a la orilla con la finalidad de llegar, a pie, hasta Punta Mosquito. También era posible ir en taxi (carrito de golf) o en bicicleta, pero las calles –de arena mismo– se encontraban un tanto empozadas.

Caminar por la arena era relajante y tranquilo, hasta cuando tuvimos que adentrarnos al agua para seguir avanzando, debido a que el patio de un hospedaje sobrepasaba la orilla, lo hicimos lentamente porque el nivel del agua superaba las rodillas y nuestras mochilas y bolsos colgaban de nuestros hombros.

En el mar de Holbox.
Adentrándonos al mar.
Caminando dentro del mar en México.
Con temor a que se caigan los bolsos.

Llegamos hasta el que habíamos pensado era el último hotel, llamado La Nube. En este punto, para continuar hacia nuestro destino final, debíamos introducirnos más hacia el mar hasta dar con los bancos de arena y continuar por ese camino dentro del agua. Sonaba fácil y un tanto aventurero, pero se complicaba al cargar la cámara dentro de la mochila; era impensable dar un paso en falso.

La profundidad aumentaba conforme nos adentrábamos en el mar, ya no parecía más la piscina natural y poco profunda que disfrutamos el día anterior. Llegamos al punto en que tuve que levantar la mochila por encima de mis hombros. A esto debíamos sumarle otro inconveniente dentro del agua.

Un señor que se encontraba sentado en las mesas del último hotel, nos recomendó caminar sacudiendo los pies para crear ondas y espantar a las rayas, él acababa de regresar de un paseo en kayak y había visto un montón de ellas cerca de la orilla.

El temor nos invadió y decidimos regresar, nuevamente en el hotel, uno de los encargados del alquiler de kayaks nos ofreció guardar la mochila (y cualquier cosa que pudiera mojarse) dentro de la caseta del bar, la cerraría con candado. En realidad no solemos aceptar este tipo de tratos, pero era la única alternativa visible para continuar hacia Punta Mosquito.

Le agradecimos y recibimos su ayuda, lo único que llevamos con nosotros fue la GoPro. Antes de partir hacia el agua, en donde tardaríamos cerca de hora y media si caminábamos por los bancos de arena, él nos sugirió ir por la calle, demoraríamos menos y las rayas no serían un peligro. Sólo debíamos cruzar un pequeño riachuelo que, al verlo de cerca, su tamaño real no tenía nada de pequeño; ese río conducía hasta el manglar donde descansaban los cocodrilos.

Cuando pensábamos que caminar por el suelo arenoso sería un alivio, aparecieron nuevos inconvenientes: los mosquitos no dejaban de perseguirnos (los tábanos eran aún peores) y el sol nos calcinaba vivos, habíamos dejado la ropa y las gorras, por lo que no teníamos nada para cubrirnos. En un momento nos percatamos de que había un banco de arena cerca y decidimos adentrarnos al mar y avanzar hasta él, moviendo fuertemente las piernas para no encontrarnos con ninguna raya.

Bancos de arena en Holbox.
Caminando por los bancos de arena.

Aún así vimos dos, una de ellas permanecía echada en la arena –bajo el agua–, estática. En esta parte, el nivel del mar se mantenía por debajo de nuestros tobillos, lo que facilitaba el andar, incluso hubo partes donde el agua desaparecía y sólo quedaba arena bajo nuestros pies, pero el sol continuaba sobre nuestras cabezas, haciendo que nos cuestionemos si valía la pena seguir avanzando.

Todavía faltaba bastante para llegar –según nuestra percepción–, pero decidimos detenernos y disfrutar del paisaje; a la distancia aparecieron los flamencos, no podíamos acercarnos porque entonces se espantarían, sin la cámara grande, la maravilla de verlos quedó grabada únicamente en nuestra mente. Aprovechamos lo que restaba de tiempo para acostarnos en el agua donde nuestros tobillos quedaban por encima de la superficie.

Llegaron lanchas con turistas y descendieron más lejos de donde nos encontrábamos, algunas navegaron hasta perderse de vista al girar hacia el otro lado de la playa, en la ubicación exacta de Punta Mosquito. En una hora emprendimos el trayecto de vuelta, a excepción del sol y los bichos (que nos hicieron correr en algunos tramos), el camino estuvo tranquilo, no había manera de perderse.

Bancos de arena en Punta Mosquito, Holbox.
De nuestros rincones favoritos de Holbox.
Playas de Holbox.
Flotando en una piscina natural.

Aparecimos en nuestro hotel antes del atardecer, justo a tiempo para protegernos de la lluvia (este paseo lo recomendamos realizar desde muy temprano por la mañana). Una vez que el cielo se calmó, ya entrada la noche, salimos al centro del pueblo para buscar un sitio donde comer, nos inclinamos por uno de los puestos ubicados a un costado del parque principal. Las quesadillas y los tacos fueron la mejor opción, y a la hora del postre, pasamos por un helado artesanal en Porque No.

Al tercer día salimos en busca de un nuevo hospedaje, ya que la colaboración con el Hotel Casa Iguana consistía en dos noches; la ubicación, la piscina, la habitación, la atención y la vista hicieron que nuestra experiencia fuera más gratificante. Holbox nos impresionó tanto que nos animamos a quedarnos un día más, así que salimos en busca de un hospedaje ajustable a nuestro presupuesto de viajero. Las opciones, en torno a la relación calidad – precio, eran escasas.

Piscina del Hotel Casa Iguana.
Disfrutando bajo la lluvia en la piscina del Hotel Casa Iguana.

Recién por la tarde logramos dar con el indicado, un establecimiento familiar llamado Posada Amapolas, ubicado frente al parque principal de la isla, pagamos $650 pesos –USD $34.03– por un cuarto. Cerca de allí hallamos una carreta para comer choripán y taco llamada El Choripán Holbox, el sabor estaba delicioso –sobre todo las salsas–, al igual que sus precios.

Cuando dieron las 05:00 Pm, y con el anhelo de aprovechar al 100 % nuestra estadía, nos dirigimos a la playa para avanzar hasta Punta Coco, hacia el extremo izquierdo de la isla. Nos esperaban 45 minutos de caminata, pensamos ir en taxi pero las calles estaban con agua, complicando el acceso en los carritos de golf y aumentando el número de brincos, así como el precio de la carrera: $200 pesos –USD $10,47– por trayecto.

La forma más económica era ir a pie junto a la orilla, esta vez cargábamos camiseta y gorra para aguantar el sol que mantenía su intensidad. Cuando preguntamos si estábamos en la dirección correcta, un señor nos recomendó regresar, más tarde, por la misma playa, ya que si caminábamos por la calle de arena, nos podía aparecer una culebra debido al agua estancada.

Durante el recorrido fuimos parando cada tanto para sacar la cámara y plasmar el paisaje que pasaba frente a nosotros, vimos columpios y hamacas puestas sobre el agua, nos encontramos con playas más tranquilas, con menos gente, con casas lujosas enfrente y otras que aparentaban estar abandonadas, aunque vivía gente adentro.

Atravesamos un sector donde anidaban tortugas marinas, un letrero obligaba a pasar con los pies pegados a la orilla. En tres ocasiones tuvimos que adentrarnos más hacia el mar para cruzar, no había ningún riesgo porque el agua no superaba la altura de nuestras pantorrillas.

Columpio en la playa de Holbox.
Columpio dentro del mar.
Tranquilidad en las playas de Holbox.
Playas sin olas.
Hacia Punta Coco en Holbox.
Camino a Punta Coco.
Árbol dentro del mar en Holbox.
¿Cercas en el mar?

Transcurrió casi una hora hasta que finalmente llegamos a Punta Coco. Lo primero que llamó nuestra atención fue un muelle grande y fotogénico, en el cual estaba prohibido trepar. El cansancio llegó junto con nosotros y nos hizo comprar una botella de agua pequeña en el único bar situado frente al mar (los precios no eran económicos). Al consumir, podíamos acostarnos sobre las hamacas que nos invitaban a descansar a pocos centímetros de la orilla.

Unos flamencos aparecieron a lo lejos, impactando las miradas con su tono rosa. Era probable que se acercaran hasta la playa, pero esta vez, un grupo eufórico de seis turistas los espantaron al querer fotografiarlos de cerca, una lástima porque, esta vez, cargábamos la cámara profesional.

Nos sentíamos cómodos en las hamacas, podíamos leer un libro, ver el horizonte o permanecer con los ojos cerrados mientras se aproximaba la hora del atardecer, sin embargo, antes de que cayera el sol, habíamos emprendido el regreso (junto a otros viajeros) hacia el centro de Holbox, no queríamos caminar a oscuras por la playa.

Muelle sobre la playa en Punta Coco, Holbox.
Muelle en Punta Coco.
Leyendo en una hamaca sobre la orilla del mar.
Leyendo sobre la orilla del mar.
Echados en la hamaca, playa Holbox.
Que se detenga el tiempo.
Caminando por encima del agua.
Caminando sobre el agua.

Nuevamente fuimos víctimas de los mosquitos, si acelerábamos el paso, nos dejaban de perseguir. Fuera del agua vimos dos cucarachas de mar, estaban muertas, su forma era similar a la de una raya, pero con una especie de caparazón. Al final la luz nos acompañó durante todo el camino, oscureció cuando llegamos al restaurante Edelyn, famoso por su pizza de langosta, aunque nos inclinamos hacia lo tradicional y sólo probamos de jamón y champiñones, su sabor nos pareció exquisito.

El último día salimos a comer al restaurante Doña Rosy; económico, delicioso y la dueña era un amor de persona, cuando nos entregó la cuenta escribió en la parte inferior “Gracias muñecos”. Luego de despedirnos cariñosamente, caminamos hasta el puerto para abordar el ferri de las 03:30 Pm hacia Chiquilá, pagamos lo mismo: $150 pesos –USD $7.84– más el 5 % por utilizar tarjeta de crédito.

Durante el trayecto a pie, observamos con mayor detalle algunos de los murales que resaltaban en el pueblo. Una vez en Chiquilá (por segunda ocasión), debíamos dirigirnos al punto donde vendían los boletos de nuestro próximo destino. La boletería se ubicaba dentro de una pequeña tienda (fuera de un hotel), a una cuadra detrás del puerto, sobre la avenida principal.

Cuando la noche cae en las calles de Holbox.
Holbox durante la noche.
Mural en el escenario de Holbox.
Escenario con mural.
Mural con la mirada penetrante de una niña.
Mirada penetrante.
Murales en Holbox.
Rostros que nos hallan.
Rostros autóctonos en murales de Holbox.
Exponiendo lo autóctono.

Sólo aceptaban efectivo, allí llegaban los buses que viajaban hacia Cancún, Playa Del Carmen o, en nuestro caso, Valladolid. Al parecer el único horario era a las 04:45 Pm, pagamos $182 pesos –USD $9.52– cada uno y esperamos a que nos llamaran para embarcarnos y dormir durante las siguientes dos horas que duraba el recorrido.

Nos despedimos de Holbox partiendo con la marea agitada, con un gran recuerdo de sus bancos de arena y con el deseo de volver en otro momento a este paraíso del caribe mexicano, sobre todo para ver al tiburón ballena de cerca, uno de los tours más solicitados de la isla.

Pasa por el Golfo de México entre junio y septiembre, aunque aseguran que agosto es el mes con más posibilidades de verlo. Durante nuestra estadía, los guías ofrecían el tour con el lema de: “En busca del tiburón ballena”; ya que las probabilidades de encontrarlo eran mínimas.

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