De Visita por Las Encantadas

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Conociendo los rincones escondidos de Galápagos, su naturaleza única y un poco de su historia oculta.


Desde la ventana del avión observamos unos pequeños puntos cafés que cada vez se hacían más grandes y parecían flotar en medio del mar. Aterrizamos en un aeropuerto ecológico –llamado Seymour–, tomamos un bus, una lancha y nuevamente un bus para llegar a la ciudad de Puerto Ayora, ubicada en la isla Santa Cruz, un lugar de ensueño que se debe conocer antes de morir, según el ranking elaborado por el diario USA Today que colocó a Galápagos en el primer puesto.

Como cualquier otro turista, quisimos empezar por recorrer el sitio que guarda la historia de la persona que dio un giro a la evolución del ser humano: la estación Charles Darwin, donde científicos y profesionales de distintas índoles realizan investigaciones y proyectos con el fin de conservar el ecosistema marino de Galápagos, pero nuestro destino se vio desviado gracias a la pequeña playa de La Estación que nos retuvo con su arena y aguas cálidas.

Arribando a la isla Baltra.
Arribando a la isla Baltra.
Un paraíso llamado Santa Cruz.
Un paraíso llamado Santa Cruz.
Pequeño Spot.
Pequeño Spot.
Playa de La Estación.
Playa de La Estación.
Hacia la estación Charles Darwin.
Hacia la estación Charles Darwin.
La respectiva ruca.
La respectiva ruca.
Una siesta sobre la banca.
Una siesta sobre la banca.

Esta playa es la única cercana a la ciudad que se puede llegar en pocos minutos, eso lo comprobamos a la mañana siguiente cuando nos dirigíamos a Tortuga Bay, una playa paradisiaca que, para llegar a ella, se debe ir a pie por un camino adoquinado y angosto, rodeado de árboles y cactus que te transportan a un desierto árido; el trayecto dura aproximadamente media hora, bajo un sol no tan amigable y abejorros que revolotean a tu alrededor.

Nuestra primera impresión resultó fascinante, nos sentíamos parte de una postal. Arena blanca, agua turquesa, iguanas marinas recostadas tomando sol. Al estar allí parado piensas que es necesario pestañear varias veces para asegurarte que todo es real, y no lo digo sólo por las extranjeras que se broncean en bikini, sino por la naturaleza y tranquilidad que hacen de este pedazo de tierra, un lugar prodigioso.

El camino de Tortuga Bay.
El camino de Tortuga Bay.
La espera y las ansias se amplían.
La espera y las ansias se amplían.
Lugar de ensueño.
Lugar de ensueño.
El andar es lento, hay que disfrutar a cada paso.
El andar es lento, hay que disfrutar a cada paso.
Un deseo: permanecer allí por siempre.
Un deseo: permanecer allí por siempre.
Plan de vuelo.
Plan de vuelo.
Entre la espuma.
Entre la espuma.
Modelando.
Modelando.
Tomando sol.
Tomando sol.
Unas cuantas braceadas.
Unas cuantas braceadas.

–A veces en las olas se pueden ver pequeños tiburones –nos dijo un guardián de la playa que estaba sentado sobre un pequeño tronco junto a nosotros, bajo la sombra de un árbol que utilizamos como parasol.

–Ah ya, pero en la playa mansa no hay –aseguró Andrea. En Tortuga Bay existen dos playas, la primera es para practicar surf, mientras que la segunda es perfecta para nadar tranquilamente; y entre ambas playas hay una posa donde el agua es más clara para hacer snorkel.

–¿No hay?, ahí también hay tiburones, y en la orillita –afirmó el guardián riéndose al ver nuestras caras de asombro; momentos antes habíamos nadado en la parte mansa.

Solitario.
Solitario.

Esa no fue la única vez que nos sumergimos en territorio de tiburones sin tener conocimiento de aquello. En Las Grietas (una laguna angosta en medio de dos altas paredes rocosas), luego de traspasar unas rocas, que posteriormente nos enteramos que servían de barrera para que los turistas no continúen nadando, estábamos fotografiando peces grandes en una posa –muy fría y cristalina– donde supuestamente los tiburones permanecen dormidos durante el día.

Las Grietas.
Las Grietas.
Caminando sin gravedad.
Caminando sin gravedad.
Como un tigre pequeño.
Como un tigre pequeño.
Iluminado.
Iluminado.
Recorriendo las profundidades.
Recorriendo las profundidades.
Posando.
Posando.

Gracias a las divinidades no vimos ninguno. Los tiburones (según lo que nos comentaron) se depositan allí a descansar debido a que el nivel del mar sube por la noche, creando un camino acuático para que las especies marinas lleguen hasta esa parte de Las Grietas, y al retroceder la marea, los tiburones se quedan postrados en el fondo de la posa hasta esperar el anochecer y puedan volver al mar.

“Qué hijue…”, fue lo primero que pasó por mi mente cuando observé de cerca, y desplazándose al pie de la orilla, a una mantarraya. Nos encontrábamos en la Playa de los Alemanes, habíamos dejado atrás un camino rocoso (el mismo que conducía a Las Grietas) y decidimos refrescarnos. Colocamos las mochilas debajo de un estrecho sendero de madera que guiaba a un hotel, tomamos los snorkels con la esperanza de apreciar un paisaje submarino; a través del vidrio de las gafas, pude ver en primer plano a este animal nadando despacio frente a mí. Pero se esfumó rápidamente, dejándonos con temor de acentuar los pies sobre la arena. El miedo que generó en mí se debió más por el recuerdo de la muerte de Jeff Corwin (el famoso cazador de cocodrilos que falleció a causa de un pinchazo que le perforó el corazón), que por el simple hecho de haber sido una pequeña mantarraya.

Playa de los Alemanes.
Playa de los Alemanes.
Fiestas de Santa Cruz

La noche del jueves –13 de febrero del presente año– se celebraban los 41 años de cantonización y provincialización de Santa Cruz en el parque San Francisco de Puerto Ayora, y como punto principal para dar inicio a estas fiestas, se hizo una presentación al aire libre de las candidatas a la corona, quienes iban llegando en sus carros alegóricos. Cada auto representaba a una empresa o institución como Olas y Ruedas, la Capitanía de Puerto Ayora o el Parque Nacional Galápagos (este último ganó como mejor carro alegórico).

“Hoy son candidatas, mañana una será reina”, decía el animador sobre la tarima, mientras provocaba a las barras de las cinco postulantes a que gritasen y alienten a su favorita. Luego de que se efectuara la premiación del concurso de esculturas, donde 4 artesanos trabajaron arduamente durante dos días para crear obras admirables (en su mayoría animales tallados en madera que aparentaban ser reales), apareció el David Bisbal ecuatoriano –así lo llamaban– dando vueltas en el escenario, bailando con las candidatas y cantando “miénteme, castígame; miénteme, suplícame”

–Conocen esta canción que dice: “Ave María, cuándo serás mía” –preguntó el Bisbal sudamericano. Todo el público afirmó a gritos–. “Ya, esa voy a cantar mañana en la elección de la reina”, terminó diciendo mientras reía y se despedía de sus admiradores.

Carro del Parque Nacional Galápagos.
Carro del Parque Nacional Galápagos.
Invitada Ruth Guevara, Reina del Banano.
Invitada Ruth Guevara, Reina del Banano.
Asiento de tortuga.
Asiento de tortuga.
El David Bisbal ecuatoriano.
El David Bisbal ecuatoriano.
Paseo por la Isla Isabela

Cada ola pequeña representaba un salto en la embarcación y un remolino en nuestros estómagos, las pastillas para el mareo hicieron su efecto, pero permanecer dos horas en alta mar, dentro de un bote de mediano tamaño, no es un pasatiempo agradable para quien se marea fácilmente con sólo enviar mensajes de texto en un auto a menos de 60 km por hora. Sin embargo, la navegación valió la pena porque Isabela nos recibió con los brazos abiertos y sus aguas diáfanas. Luego de dejar las maletas en el hostal, alquilamos dos bicicletas montañeras con el propósito de llegar al Muro de las Lágrimas.

Pensamos que sería un recorrido corto y tranquilo, pero fue un trayecto fuerte y agotador. Durante el camino, nos topamos con letreros que mencionaban playas, miradores y esteros que se encontraban a los costados de la vía, sólo nos detuvimos en La Playita, después decidimos enfrentar la loma y hacer un viaje sin paradas hasta nuestro destino final. Aunque más adelante –al regreso– nos detendríamos en la Playa del Amor para recargar energías.

Llegamos, parqueamos las bicicletas y caminamos hasta encontrarnos frente a frente con el muro; un conjunto de piedras de distintos tamaños (algunas grandes y otras no tan grandes) que al estar unidas con cemento formaban una barrera gigante. Este muro fue construido cerca del año 1946, cuando enviaron a 300 prisioneros y 30 policías a la isla con la finalidad de instaurar una colonia penal alejada del continente. Debido a la escasa actividad que había en el sitio, y con la intención de crear un cerramiento para controlar a los presos, hicieron que estos coloquen piedra tras piedra mientras recibían severos castigos si se atrevían a mostrar alguna expresión de sufrimiento; el lema que reinaba allí era: “Este lugar es donde los valientes lloran y los débiles mueren”.

Nos dirigimos hacia el lado izquierdo del muro y subimos por unas escaleras que parecían formar parte de la montaña, llegamos a un pequeño mirador que nos obsequió un paisaje impresionante lleno de árboles, plantas y un verde interminable, junto con la inmensidad del mar y más montañas a lo lejos. Lo único que se escuchaba era a las aves conversar.

Muro de las Lágrimas.
Muro de las Lágrimas.
Paso restringido.
Paso restringido.
La inmensidad de la naturaleza.
La inmensidad de la naturaleza.
Una mirada eterna.
Una mirada eterna.
Túnel de hojas.
Túnel de hojas.
Isabela Nocturno

Nuria, una amiga española que conocimos a través de la red social Couchsurfing, nos recomendó ir a Caleta Iguana (o casa rosada, como se conoce comúnmente a este hostal que sirve también como punto de encuentro) para vernos por primera vez. Nos llevó hasta una pequeña mesa circular en la que nos presentó con sus amigos. Luego de dialogar, reírnos y beber un poco, acomodamos nuestros asientos y esperamos a que empiece el concierto.

Entre los integrantes de la banda improvisada estaba Jeff, cantante y guitarrista, experto también en utilizar la armónica (de joven conformaba la banda Iguana Men), nacido hace algún tiempo en Texas, se mudó a Galápagos cuando su esposa –proveniente de Argentina– le dijo que únicamente se casaría con él y tendrían hijos si los criaban en las islas. Fue entonces cuando llegaron a Isabela y fundaron el hostal Caleta Iguana. Actualmente pasa la mayor parte del tiempo en Argentina con su familia.

Otro de los miembros era Nelson, guayaco y barcelonista de corazón, tiene más 10 meses viviendo en Isabela y durante el show utilizó su asiento como instrumento musical (tambor); junto a él se encontraba el cuencano Plaucio con su guitarra, un señor de avanzada edad, quien lleva 30 años en Galápagos y afirma haber vivido en todas las islas habitables del archipiélago.

Los tres personajes se sentaron en troncos de madera que hacían el papel de sillas, cada uno se acomodó a su manera e inmediatamente empezaron a tocar, el repertorio fue desde un tango hasta la famosa canción de la Cucaracha. Al final se les sumó en el escenario –acompañado por su guitarra– un joven isabeleño llamado Junior, quien trabaja en el bar del hostal.

Nelson y Plaucio con su guitarra.
Nelson y Plaucio con su guitarra.
Deleitando al público.
Deleitando al público.
Jeff con la armónica y entonando notas.
Jeff con la armónica y entonando notas.
Junior en el escenario.
Junior en el escenario.

A la mañana siguiente nos subimos nuevamente a un bote (esta vez sin las pastillas contra el mareo) con destino al tour de Los Túneles. Fue una hora de navegación hasta llegar al lugar, íbamos acompañados por señoras de Rusia, Canadá, Inglaterra y otros países. En total éramos 10 personas a bordo, ansiosos por sumergirnos en un paisaje acuático. Los modernos y profesionales snorkels que llevábamos puestos venían incluidos en el tour; nos lanzamos al mar e inmediatamente, sin darnos cuenta, nos atacó el frío, pero eso perdió importancia al agachar la cabeza y apreciar los peces de colores –nos sentíamos como en la película de Nemo– junto con los caballitos de mar que se encontraban embarazados.

El guía nos iba conduciendo entre las rocas, y señalaba con el dedo índice cuando pasábamos cerca de alguna mantaraya gigante, langosta, pulpo o tortuga marina. Nuevamente no nos cruzamos con ningún tiburón, sólo peces grandes de distintas formas y colores.

Caballito de mar embarazado.
Caballito de mar embarazado.
La banda.
La banda.
Mantaraya sartén.
Mantaraya sartén.
Queriendo esconderse.
Queriendo esconderse.
Explorando.
Explorando.
Tortuga marina.
Tortuga marina.
Peces con pinceladas encima.
Peces con pinceladas encima.
De vuelta a Santa Cruz: un poco de historia y lucha

Al regresar a Santa Cruz, nos hospedamos nuevamente en el Hotel España, donde la señora Genoveva Aguirre –propietaria del lugar– nos recibió con un desayuno especial que incluía huevo y patacones con queso. Su amabilidad y carisma la han caracterizado siempre ante los turistas que llegan al hotel, ella es una de esas personas que al conocerla, sabes que de cierta manera ha marcado una parte de tu vida.

Mientras conversábamos en el desayuno, nos contó un poco sobre los sucesos que habían trazado la historia de Galápagos y cómo ella había luchado como una guerrillera –así se autodenomina– para que se haga un cambio positivo que beneficie a los habitantes de las islas. Anteriormente no eran tomados en cuenta, a los gobiernos pasados sólo les interesaba el turismo. Habían ocasiones en que los barcos encargados de llevar la comida al pueblo, la traían totalmente dañada, y en ninguna parte del archipiélago existía algún depósito de gas o agua potable.

Durante la presidencia de Rodrigo Borja, se dictó la orden de sacar a todos los residentes de las islas con el justificativo de que no eran habitables (sólo podían residir allí los científicos del Parque Nacional). Enviaron un batallón de militares armados para desalojarlos a la fuerza, pero Genoveva, parada firme en primera fila junto a los comuneros, los desafío con la mirada y a punta de palabras: “¡si nos quieren sacar, nos sacarán muertos!”, logró que los uniformados se marcharan sin cumplir el decreto dado por el presidente.

Mientras mezclábamos el pan con la mantequilla sentados en la mesa principal, la señora Aguirre continuaba con sus narraciones. Agitando los brazos y mirando a su alrededor, nos confirmó que su padre fue uno de los primeros habitantes de Santa Cruz. Él era un soldado que, alrededor de la época de los 40, el ejército ecuatoriano le dio a escoger entre el Oriente, Esmeraldas o Galápagos para pasar el resto de su vida como soldado retirado. Arribó a la isla con su esposa y sus primeros hijos, sin imaginar que se toparía con un panorama totalmente desértico. No había absolutamente nada, y al ver cómo el barco que lo llevó hasta allí se marchaba a sus espaldas, sintió un inmenso temor e hizo lo que cualquier ser humano habría hecho: buscar agua y comida para su familia.

Se dedicó a cultivar la tierra hasta que luego de un tiempo, llegaron inesperadamente los gringos a Galápagos, sin poder hablar el mismo idioma, lo convencieron y se lo llevaron a trabajar a la isla Baltra. Permaneció algunos años laborando con ellos, ganando un excelente sueldo en dólares y ahorrando perennemente, ya que no tenía mucho en qué gastar. Hasta que luego de varios años, el presidente Velasco Ibarra se encolerizó y echó a los oficiales estadounidenses de las islas, haciendo que el padre de Genoveva herede grandes cantidades de comida enlatada, maquinaria en buen estado y varios artefactos que pertenecían a los soldados norteamericanos; ellos le regalaron todo a él. Con estos grandes obsequios, y cientos de billetes en los bolsillos, volvió a establecerse en lo alto de la isla Santa Cruz, labrando con mejores recursos su propia hacienda, la misma que hoy en día pertenece a sus hijos.

Antes de terminar el desayuno y pararnos de la mesa, la señora Genoveva nos contó una última anécdota que nos dejó perplejos y con inmensas ganas de recorrer cada una de las islas que forman este archipiélago; ella aseguró que Baltra posee (aparte de los bunkers abandonados por los gringos) algunas de las mejores playas que existen en Galápagos, con lobos marinos y paisajes de postales, pero que lastimosamente no están abiertas al público. Aunque si se tiene suerte se puede llegar a ellas con alguien de la localidad que tenga acceso. Es un recorrido que está fuera del itinerario de cualquier turista común. Son rincones escondidos, vírgenes, sorprendentes –como los hay también en las demás islas–, que esperamos algún día poder conocer.

Mensaje de la Laguna de las Ninfas (visiten la galería).
Mensaje de la Laguna de las Ninfas (visiten el resto de la galería).
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