Desde personas que aún conservan fielmente sus costumbres indígenas, hasta cascadas curativas que conceden milagros.
Debemos confesar que jamás habíamos escuchado de Saraguro, ni en internet ni en ningún mapa, llegamos acá gracias a que nos lo recomendaron en Cuenca. Es un pueblo ubicado en la provincia de Loja, y como no sabemos nada del lugar, decidimos hacer lo que mejor sabemos: salir a recorrer las calles. Entramos a un Centro Turístico y Patrimonial, donde un señor nos recomienda ir al edificio Municipal, allí, en la oficina de Interculturalidad, nos dan información sobre los sitios turísticos.
Debido a la hora, nos aconsejan seguir caminando por los alrededores y aprovechar el día de mañana en conocer los puntos de mayor atracción desde temprano. Salimos del lugar rumbo a subir una larga loma que se burla de nuestro estado físico, seguido por unas escaleras que nos llevan al Parque la Madre, un espacio pequeño, circular, con el monumento de una mujer junto a sus hijos en el centro y con cuatro bancas levemente deterioradas.
Dos niñitas juegan con las plantas, nos observan tímidamente, pero poco a poco van acercándose hacia Andrea, una de ellas se llama Raini, tiene cinco años y bombardea a mi esposa con preguntas, de las cuales una me sorprende, sacándome de mi trance mientras contemplo el paisaje: “¿Y Guayaquil está cerca de Alemania?”. Ambas están fascinadas con la cámara, al comienzo se sentían cohibidas por pararse frente al lente, ahora no quieren dejar de posar y ver su foto en la pantalla de la Nikon.
Al regresar a la zona céntrica de Saraguro, probamos las famosas tortillas hechas con harina de trigo y rellenas con queso. Son deliciosas y la razón podría encontrarse en las manos con las que se preparan: la señora que atiende, recibe las monedas con la palma de la mano apuntando hacia abajo, para que el cliente la coloque encima de los nudillos, y así ella se libra de tocar el dinero. Si debe dar vuelto, lo hace con una funda.
En la noche salimos con la intención de comer algo, pero hallamos todo cerrado, a excepción de una tienda. “Parece que llegó la hora de cocinar”, le digo a Andrea, nuestra estrategia siempre ha consistido en que ella cocina y yo lavo. No sabemos si en el hostal habrá el servicio de cocina para los huéspedes, así que le preguntamos al dueño, quien a su vez se encamina a preguntarle a su esposa, una carismática señora que sin ningún problema dice sí. Felices por la respuesta, vamos a recoger los camotes a la habitación, luego, al entrar a la cocina, notamos que ya nos tienen la olla con agua sobre la hornilla encendida. Su hija mayor llega después de unos instantes, con la que conversamos mientras Andrea prepara la improvisada cena; nos invitan una taza de café y nosotros les ofrecemos bizcotelas.
Después de comentarles sobre el proyecto de nuestro viaje, ella nos cuenta una historia graciosa que surgió al preguntarnos si habían planes de tener un hijo: “una vez llegó una pareja que viajaba con su hijo, un día veo al gringuito lavando con su bebé en la espalda, él estaba muy encorvado. Le pregunté que por qué no se lo daba a su esposa para que él lavara tranquilamente, a lo que me responde: ‘Mi mujer cargar 9 meses bebé en panza, yo tan sólo un momento en espalda, no poder quejarme’”
Baños del Inka
Para llegar aquí –el sitio turístico más recomendado– vamos preguntando a cada persona que nos cruzamos las indicaciones necesarias para dirigirnos por el camino correcto. Está garuando fuerte (creemos que pronto se convertirá en lluvia) y corre mucho viento, a Andrea le duele el rostro, no sabemos si continuar caminando o detenernos, incluso no pasa ningún taxi; cuando de pronto, un señor llamado Wilmer (a quien minutos antes le habíamos pedido indicaciones) nos lleva abordo de su camioneta, dejándonos al pie de la entrada: “Suban nomás por esas escaleras, ahí donde está esa cabaña, esa es la entrada, pueden ir solos o con un niño que les haga de guía. No hay cómo perderse”, y también alega “Eso sí, cuando estén de regreso, si cogen un taxi o camioneta, les ha de cobrar $2,00, pero si ya hay gente adentro, sólo paguen $0,25. A veces hay gente que se quiere aprovechar, como en todos lados”, dice al despedirnos.
Sin percatarnos, subimos por las escaleras equivocadas, donde la dueña de casa, junto con su Pastor Alemán, salió a darnos la noticia de nuestro error. Luego llegamos a la entrada oficial, con el recibimiento de otro perro que no para de ladrar a pesar de ser pequeño. Un joven que se prepara a descender con su motocicleta, dice que por el momento no están cobrando la entrada. Cuando empezamos a dar los primeros pasos del largo senderismo, nos dice desde abajo: “tengan cuidado”, “¿por qué nos habrá dicho que tengamos cuidado?”, me dice Andrea, “no sé, quizás por el perro o por las piedras mojadas que pasamos”, digo para calmar la tensión.
Después de unos minutos nos alcanza una mujer, de 65 o 70 años aproximadamente, vestida con botas plásticas para el lodo y con un machete en su mano derecha, el perro que nos dio la bienvenida la acompaña. “Yo subo esto varias veces al día, vivimos más allá”, alega, sin mostrar una gota de cansancio. Nuevamente escuchamos el tan famoso Tengan Cuidado, y la razón es la siguiente: “Ahora no estamos cobrando (entrada) porque las escaleras están deterioradas, pueden caer”. Creo que un Tengan Cuidado no es suficiente para esto.
Nos recomienda que, antes de llegar a la cascada, tomemos un camino alterno; es más extenso pero fielmente seguro. Ascendemos hasta las cuevas con mucho esfuerzo que se recompensa con un paisaje único. Logramos toparnos de frente con la cascada, pero sin conseguir apreciar la laguna de cerca, ya que el desgaste de las escaleras de madera es muy severo; esta vez, el riesgo pudo más que las ganas.
Oñakapak
A pesar del frío, el lodo y la leve garúa –es época de lluvias–, tenemos dos cascadas que aguardan por nosotros. La primera se llama Santuario Turístico de la Virgen de Agua Santa (o Virgen Chaca –se pronuncia kaka–, como la conocen algunos). Para llegar hasta ella atravesamos un cultivo de maíz, no era el camino trazado, pero sí un buen atajo que puso muy resbaloso los zapatos de todos. No íbamos solos, Lauro, junto a su perro Boby, eran nuestros guías.
Esta cascada guarda una historia, la cual dice que en 1710, un comunero se encontraba cruzando el puente del Río Guaylashi con una estatua de la Virgen de Agua Santa sobre su espalda –en una alforja–, para dirigirse a la comunidad de Gurudel, con el objetivo de recolectar limosnas (estaban a punto de celebrar las festividades), cuando de repente la Virgen cayó al río, el señor trató de sacarla, pero fue en vano, la Virgen caminó sobre el agua hasta quedarse sujeta a una roca en el fondo de la cascada grande.
El comunero fue a avisarle a todos lo ocurrido para recuperar la estatua, un señor bajó amarrado por una cuerda, en el momento que llegó hasta la roca del fondo, quiso sujetar la soga a la cintura de la Virgen, y cuando la gente jaló, la cuerda ascendió vacía; se dice que este hombre quedó espiritualmente encantado por la imagen que tenía frente a sus ojos, fue imposible rescatar a ambos.
Hoy en día, las personas vienen hasta aquí a depositar velas en un pasillo angosto, entre las rocas y la pared de una pequeña capilla, para aguardar un esperanzado milagro, que muchos se les ha cumplido. En septiembre es cuando más acude la gente (por las fiestas en honor a la Virgen), pero pienso que no importa la fecha, este lugar despliega una sensación mágica y tranquila. Desde una piedra es posible (para algunos afortunados) ver a la Virgen detrás de la cascada. Debido a que el río está crecido, no podemos poner un pie en el agua. Lauro –nuestro guía– dice que su esposa sí la ha visto, y asegura que es grande, como del tamaño de una persona normal.
La segunda cascada (llamada Cascada de Purificación Sharashi) no se encuentra lejos. Todos los martes y viernes se realizan rituales de sanación, entre las cuatro y seis de la mañana. Un Chamán se coloca de pie junto al río, comienza con el acto ceremonial, mientras la persona a sanar ingresa al agua y camina por detrás del chorro de la cascada. Durante las fiestas (que se vienen realizando hace ocho años aproximadamente), la comunidad contrata un Chamán para que toda persona que quiera sanarse gratuitamente, se meta a las aguas del río.
Existe una tercera cascada que lamentablemente no pudimos conocer por tiempo (nos tardaríamos casi una hora en llegar y estaba por oscurecer) y porque el camino se encontraba extremadamente resbaloso gracias a la lluvia. Quedará para una próxima ocasión la visita, quizás en un septiembre de algún año, para sumergirme en aguas heladas antes de la salida del sol.
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