A veces es mejor caminar que ir dentro de un vehículo, más aún si es en medio de la naturaleza, con cada paso logras apreciar la inmensidad de los paisajes. Incluso se aprenden nuevas cosas, como nos sucedió a nosotros.
Nos levantamos temprano con la intención de disponer del tiempo suficiente para conocer la mayor parte del bosque. Desayunamos guineos y Andrea, junto a Marion (nuestra nueva amiga francesa que conocimos el día anterior al bajarnos del bus), compraron dos encebollados en una carreta esquinera, al parecer, la más popular del sector por la cantidad de gente que la rodeaba.
Nos encontrábamos en la Ciudad El Ángel (provincia de Carchi). Llegamos la tarde del 11 de abril del presente año. Es una ciudad acogedora y fría que, durante la noche, apetece tomarse una, o dos, tazas de chocolate caliente, aunque antes de hallarlas pasamos por varios locales donde el fuerte olor a carne frita y pollo cocinado nos confirmaron que estábamos en el lugar equivocado.
Para ir al Bosque Polylepis se puede tomar un taxi-camioneta que se hallan estacionados en el parque central, los precios rodean los USD $20 y $30, por lo que decidimos caminar y hacer auto-stop. Una camioneta se detuvo y nos llevó a los tres en el asiento trasero. Más adelante el conductor –llamado Nicolai– nos mostró el monumento Milenio (cuyo nombre original es “A la vida del nuevo milenio”), ubicado en medio de la vía.
Consiste en la figura del planeta tierra sostenido por 20 columnas que rodean a un guerrero pasto, quien se encarga de custodiar el tan preciado cofre que guarda varias reliquias, el cual esperan abrir dentro de 100 años (hasta el momento han transcurrido 15).
El señor Nicolai nos transportó hasta muy cerca de la entrada, a pesar de haber dicho en tres ocasiones: “Bueno chicos, aquí los dejo”, al parecer su vocación de buena persona lo impulsaba a seguir avanzando. Llegamos caminando a la garita del Ministerio del Ambiente, allí nos registramos y continuamos la marcha.

Más adelante probamos la pequeña fruta Mortiño, la cual es indispensable reconocerla porque existe una muy parecida llamada Moridera que es alucinógena (no mata, pero en exceso podría hacerlo). Probamos otro fruto llamado Pata de Gallo, utilizado como fungicida para las cosechas de papas.
Nos mostraron también el Ivilan y el Sanchi, este último es alucinógeno y lo usan como pintura para el rostro. Luis, un poblador del sector, fue quien nos brindó toda esta información. “Cuando tenemos tiempo libre nos dedicamos a explorar el mundo”, afirmaba, quizás por eso conoce otro bosque de Polylepis más antiguo que se encuentra lejos de donde estábamos parados.




“A unos kilómetros más allá –contaba–, existe un río en el que está permitido realizar pesca deportiva”. Tanto conoce el lugar que en varias ocasiones ha subido hasta lo más alto del cerro Crespose, donde en días despegados asegura tener una vista maravillosa, capaz de apreciar hasta la fronteriza ciudad de Ipiales (Colombia).
Nos despedimos de él, su esposa y su pequeño hijo, ellos se quedaron cerca de un riachuelo mientras nosotros manteníamos fijamente el paso por la carretera, hasta el punto en que, de acuerdo a las indicaciones que nos dio Luis, llegamos a la conclusión de habernos perdido, ya que no veíamos nada de lo indicado anteriormente. En ese instante no sabíamos si continuar hacia delante o regresar, por lo que decidí correr hasta doblar la siguiente curva y observar lo que había al otro lado, para mi sorpresa, descubrí que el camino adquiría una nueva curvatura.
Sin letreros ni indicaciones alrededor, tan sólo recordábamos uno pequeño que advertimos más atrás con el lema: “Hostería Lodge 50 mts”, si no hubiese sido por los señores del Medio Ambiente que pasaron milagrosamente por allí, indicándonos la ruta correcta, nunca hubiésemos subido la cuesta que indicaba aquel rótulo. Fue muy agotador, tuvimos que detenernos en varias ocasiones para tomar aire, pero el panorama motivaba a reanudar el ascenso.



Al llegar a la hostería, recordamos y comprendimos las palabras del señor Nicolai: “Sigan largo por toda la carretera hasta encontrarse en la parte de atrás de la montaña. Allí pueden ingresar gratuitamente, eso no es de nadie”. Entrar al Bosque Polylepis desde este sitio de hospedaje en medio del páramo, tiene un precio de USD $6 por persona. Ya nos habíamos ahorrado el costo del taxi, no pensábamos gastar ahora el acceso a un parque nacional que cuenta con otras entradas completamente gratis.
Intentamos hablar con el chico de turno pero fue en vano, sus manos no contemplaban esta decisión y responsabilidad. Encaminarnos hacia la parte trasera de la cumbre –donde no había costo alguno–, era inconcebible por la cantidad de kilómetros que nos separaban, especialmente si teníamos en mente ir a pie, así que nos aconsejó visitar la pequeña área de picnic que existe cerca de las puertas principales de la hostería, con muchos árboles Polylepis rodeando las mesas de maderas y las demás instalaciones fabricadas para las parrilladas en familia.


La conexión que tuvimos con estos extraños árboles fue impresionante. A pesar de la textura de sus troncos que poseen varias capas (semejantes a un papel), Andrea los abrazó. Queríamos permanecer allí por más tiempo, pero debíamos regresar, un largo camino nos esperaba hasta la garita del Ministerio del Ambiente, donde acordaron en bajarnos hasta el pueblo a las 4:00 pm. Así lo hicieron, íbamos en el balde con frío, exhaustos y aguantando lluvia, pero mostrando una sonrisa única de felicidad por haber conocido una parte de este preciado lugar.


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